Introducción. Hace algún tiempo alguien me pidió que escribiera un cuento, bueno este es el resultado. Una visión muy propio de ver la discapacidad. Y no me refiero a las personas con capacidades diferentes; sino más bien a la discapacidad que tenemos de verlos como alguien productivo y operante para la sociedad. Gracias, Elvira por motivarme a escribir, esto esta dedicado para ti.
LA CASA DE LOS PINOS.
Capítulo 1. La Carta.
Hoy como otros días me desperté, el sol entraba por mi ventana e iluminaba la totalidad de mi habitación. Era de esa luz de sol que antoja vivir ese día como si fuera el primero. Como todas las mañanas me levanté, tome el uniforme que me iba a poner para ir a la escuela. Una vez vestido, me dirigí al baño; tome el peine y me dispuse a arreglar mi cabello. Mi mamá me estaba esperando con el desayuno. No podía creer la suerte. Era mi desayuno favorito. Chilaquiles verdes con queso; y frijolitos fritos. No se por qué, pero mi mamá; hasta salsa de molcajete hizo. En fin, este parecía ser un día perfecto.
Llego el transporte que me llevaría a la escuela. Como siempre sonó el claxon, era Don Pepe. Él me agrada mucho. Siempre estaba alegre, y tenía mucha paciencia para conducir. Siempre nos daba consejos para cuando nosotros tengamos nuestro auto. Nos decía que siempre hay que dar el paso a los peatones que ellos tienen la preferencia. Que teníamos que hacer uso moderado del claxon, por que eso contaminaba el ambiente. En fin, Don Pepe siempre nos decía como portarnos bien. Hasta cuando las cosas no funcionaban; siempre nos daba palabras de aliento o un consejo.
Recuerdo el día que me caí y me pegue en la boca. Ese día me tuvieron que suturar el labio. Y todo por no caer bien. En fin, yo estaba enojado conmigo mismo. Pero él me dijo algo que es muy cierto: “De las caídas hay que aprender, eso nos hace más fuertes..”.
Llegando a la escuela tome mi mochila y me la puse al hombro. Me dirigí al salón de clases, en donde ya estaban mis compañeros, bueno algunos. Salude a Lupita, mi mejor amiga. – ¿Qué haces Luis, tuviste un buen fin de semana? – me pregunto. Si, fue muy padre – le respondí – fuimos al Cristo Roto en San José. ¿Y adivina qué? Mi papá se subió conmigo en una moto acuática. Lupita era mi mejor amiga, estábamos juntos desde la primaria. Y era muy emocionante saber que, ya estamos en tercero de Secundaria. Viene el baile de graduación y pues a mi, me gustaría invitarla; para que sólo bailara conmigo. Pero no sé si es buena idea. Tal vez ella no sienta lo mismo que yo.
Sonó el timbre de entrada, era una campana eléctrica. Estaba colocada afuera de nuestro salón, por eso siempre, somos los primeros en escucharla. Es lunes, y por tanto de honores. Me gusta mucho salir al patio, y cantar nuestro himno nacional. No canto muy bien, pero siento algo en el corazón cuando pasa la bandera enfrente de mí. Hay veces que sueño que yo soy el niño, que sostiene la bandera. Pero pues bueno, me falto promedio para estar en la escolta. Por más que me esfuerzo en los exámenes, a veces no me alcanza el tiempo para escribir las respuestas, y pues me quedo en ocho o nueve de calificación. Y los niños de la escolta son de promedio diez.
Al finalizar los Honores, la Maestra Martha; Directora de la escuela, toma el micrófono para dar los avisos generales: “Queridos alumnos el día de hoy vamos a dar el resultado del alumno que nos va a representar en la casa del Presidente. Esto con el motivo de haber ganado el ensayo “El Presidente y yo”. De repente me acorde que yo había participado en ese concurso. Yo al principio no quería, pero mi amiga Lupita me insistió. El concurso trataba de que los niños explicarán la situación de la escuela, y como podía mejorar para que los alumnos tuvieran más oportunidades. Y pues yo le platique como vivíamos en la escuela. Y que necesitábamos más infraestructura. Y que mi sueño era ser abanderado, sólo por un día.
“El ganador… es ¡Luis Pérez!; del tercero B” – dijo emocionada la maestra. De repente no entendí la respuesta. Lupita me tuvo que dar un codazo. ¡Oh, por Dios! Era yo el ganador, no lo podía creer. Había ganado el concurso. Lupita me abrazo, y me empujo para que yo fuera al frente. La maestra Martha me recibía con los brazos abiertos. Ella me ayudo a abrir la carta, y la sostuvo, tal vez no quería que la maltratara al leerla. La carta decía:
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Cd. De México; a los tantos días, del mes tal, de este año.
C. Luis Pérez.
PRESENTE.
Le informo que usted ha sido el ganador del concurso “El Presidente y yo”. Y representara a los jóvenes de su Estado: Aguascalientes; en una entrevista con su servidor. Así mismo, le informamos que tendrá el honor de ser el abanderado que lleve a nuestro lábaro patrio, en los honores que realizaremos para la premiación. Incluye transporte, y hospedaje. Y deberá ser acompañado por sus padres.
Atentamente.
El Presidente de la República Mexicana.
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Capítulo 2. El viaje.
Cuando llegue a la casa, abrace a mi mamá. Y lloré, no podía contener la emoción. Mi madre se asusto, por que no supo que pasaba. Pensó que me había caído otra vez. Me tomo de la cara, y me pregunto que era lo que sucedía. Emocionado aun, saque la carta de la mochila y se la enseñe. Mamá gritaba de la emoción. Me abrazo y me cargo en sus brazos, y se puso a bailar conmigo una canción que ella misma tarareaba. Grito a papá, que estaba acabando de comer, por que iba para el trabajo. ¡¿Qué pasa, por que tan emocionados?! – pregunto. ¡Mira lo que le llego a nuestro hijo! – dijo mamá mientras le daba la carta para que la leyera. ¡Nos vamos a México a ver al presidente! – grito papá. Entre mis padres me cargaron y siguieron bailando esa canción que solo ellos escuchaban. Me sentía muy orgulloso.
Los preparativos fueron muy rápidos, ya que la entrevista era para el miércoles. Al día siguiente, temprano empecé a preparar la maleta. Doble con cuidado el uniforme que me iba a poner, el día de visitar al Presidente. Cuando estábamos listos, tomamos un camión a la central. Compramos el boleto, para la ciudad de México. El trascurso fue muy bonito. Era un camión de primera clase. Con cuidado me puse los audífonos de diadema que tenia el camión. Podías escuchar la película o escuchar diferentes estaciones de música. El asiento era muy cómodo.
Con Papá habíamos viajado, pero pues el no ganaba tanto; y gran parte de su salario se iba en pagar la escuela, el transporte, y las clases extras que necesitaba. Ser un adolescente como yo, era muy caro en México. Bueno eso decía papá. Tuve que levantarme para ir al baño. Entendía que por mamá siempre se quejaba de ellos, decía que no estaban bien diseñados. Al menos no para todas las personas que viajaban.
Capítulo 3. La gran ciudad.
Llegamos a la ciudad de México. Desde que empezó la ciudad hasta la central, tardamos casi una hora. En Aguascalientes, eso era diferente. Desde que veías la ensambladora de autos a la central se hacia como diez minutos. Pero acá, era muy diferente. Papá me pidió que fuera muy cuidadoso con mi maleta. Salimos de la central y nos dirigimos al Hotel, papá había consultado en Internet como utilizar el metro. El letrero decía “Autobuses del norte”. Era de color amarillo, y tenia el dibujo de un autobús foráneo. Entramos, había mucha gente, nos acercamos al andén. Hicimos el transcurso, y llegamos al hotel. No podía esperar a que llegara mañana.
Comimos en el hotel, después de registrarnos y ordenar la habitación. Papá sugirió que diéramos un paseo por la ciudad. Tomamos un taxi, y fuimos al Monumento a la Revolución. Caminamos de allí al Zócalo. Es enorme, allí estaba el Palacio Nacional, y la Catedral Metropolitana. Algo que me gusto, fue que la gente tiene carriles para cruzar la calle. Y sí te metías por error, en el carril contrario, la gente se enoja. Caminamos unas cuadras y allí estaba la Torre Latinoamericana. A mi no me gustan mucho las alturas, pero mamá quería que yo viera la cuidad. La única forma de entrar es comprando una entrada. Y subes por un elevador, no puedes utilizar las escaleras.
Como era un día despejado, se veía muy clarita la ciudad. “Ven para acá, quiero que veas algo” - me grito papá. Él sostenía como un aparto en su mano, me dijo que era un telescopio. Me acerque y pude ver muchas cosas. Papá lo movía para que viera rápido, por que había que echarle unas monedas cada cierto tiempo. Y pues, nosotros no llevábamos mucho dinero.
Al bajar llegamos a Bellas Artes. ¡Que edificio tan bonito! Dicen que allí, se presenta lo mejor de la cultura mexicana. Que ganas de algún día poder aprender a tocar el violín y dar un concierto allí. Salimos del recibidor, y caminamos. Llegamos a un lugar que se llamaba “La Casa de los Azulejos”, ahora era una tienda- restaurant. Estaba cubierto de azulejos de Talavera poblana. Mi papá me contó una leyenda de allí. Un señor al que le llamaban el Conde de Orizaba, tenia un hijo que era muy irresponsable y se estaba gastando la herencia que le habían dado en cosas vánales. Y pues su padre le dijo: “Hijo así nunca llegaras lejos, ni harás casa de azulejos…”
El hijo al ver la pena de su Padre, y como él sabia lo mucho que se querían, y no permitiría que eso se acabara. Opto por cambiar su estilo de vida, y dejo todos sus vicios y excesos. Empezó a trabajar, y cuando le empezó a ir mejor, construyo una casa, la cual la adorno con Azulejos. Esto como una muestra de madurez y responsabilidad hacia su padre. Lo que más me gusto de la historia, fue la cara de papá cuando termino de decirla, y me dio una mirada. Como diciendo lo orgullosos que estaba de mi. Ojala, yo algún día pudiera hacer una casa como esta. Nosotros nunca habíamos tenido casa propia, pero donde vivíamos era muy bonito. Vivimos en la colonia Fundición. Allí hay un parque en donde voy a caminar para hacer ejercicio. La vista que tiene esa pista es muy bonita. Se ve el cerro del muerto a lo lejos. Y cuando empieza a anochecer, el cerro se rodea de un marco de colores amarillos, rojos, naranjas, azules. Un día escuche, que uno de los atardeceres mas bonitos del mundo son los de Aguascalientes.
Regresamos al hotel, yo estaba muy cansado. Me puse el pijama, y me acosté. Pero no podía dormir, estaba pensando en lo que le diría al Presidente al día siguiente. Como iba a dar el paso en la escolta, si realmente era yo el abanderado. Sí no me quedaría dormido… si podría dormir esta noche… la cara de mis padres al verme sostener la bandera… de las… y me quede dormido. Bueno esos son los últimos pensamientos que recuerdo de esa noche.
Capítulo 4. Conociendo al Presidente.
Al día siguiente me levante tan rápido que no tuvieron que insistir en que lo hiciera. Siempre me daba flojera levantarme temprano. Me vestí rápido. Bajamos a desayunar, y a las ocho de la mañana, estaba una camioneta esperándonos para ir a la Casa de los Pinos. Llegamos, no podía creer que bonita era la casa, estaba mejor que las fotos que vimos en internet. Nos hicieron pasar a un salón, en donde estaban muchos niños. Uno de los que estaba sentado cerca era de Guadalajara, otro de Mérida… me daba risa que decían que hablaba cantado. Yo no distinguía que tuviera un acento cantado. Según yo, hablaba normal.
En eso todo se quedo en silencio, al abrirse una puerta. ¡Era el Presidente! Y yo estaba en la hilera de enfrente, esto me dio gusto por que empezó a saludar y platicar con cada uno de los niños. Y yo era el tercero de la fila. Cuando se paro enfrente de mí me saludo por mi nombre y me sonrió:
-Hola Luis, ¿sabes? me gusto mucho tu carta, y tu sueño fue el que mas orgullo me dio. Ser abanderado es uno de los honores más grande, que como ciudadanos mexicanos podemos tener. Cuenta con ello. – Me dijo.
-Oiga Señor, quiero pedirle algo, como sabe- le empecé a decir muy nervioso – mi amiga Lupita no puede caminar… y pues la biblioteca esta en un segundo piso, y las escaleras no tienen rampa. Y pues ella… como no puede subir… pues no sabe los libros que hay. Es algo que a ella le gusta mucho. Y pues…
-Cuenta con ello- me respondió- de hecho ahora que estas aquí, ya hay personas que están construyendo las rampas necesarias. ¡Claro! Con el permiso de la Directora de la Escuela. – Me dijo – Ahora quisiera que más bien fueras con mi asistente, para que te prepares para los honores a la bandera.
No pude decir nada, estaba muy emocionado, y de mis ojos querían salir unas lágrimas. Pero no quería llorar, en este día que era uno de los más bonitos de mi vida. Ahora sólo recuerdo el día que conocí a Lupita y nos hicimos amigos. Ese día tampoco se me podía olvidar. Y ahora que sabia que este año, ella podría de disfrutar de la biblioteca a la hora que ella quisiera; me hacia muy feliz. El Presidente saludo a mis padres. Se les ve en la cara, lo orgullosos que están de mí. Yo mientras tanto empecé a caminar atrás de la persona que me llevaría a prepararme.
Allí estaban ya otros cinco niños, al parecer yo era el único que no tenía experiencia. Pues todos venían de la escolta de su escuela. Su uniforme me lo decía. Era como de gala, todos los uniformes. El mío era el único uniforme sencillo. Se veía muy humilde. Pero aun así me sentía seguro de mi mismo.
Llego otra persona, que yo no había visto antes; a darnos las indicaciones. Trate de poner toda la atención. Aunque me sabia de memoria el protocolo, aun así me sentía muy nervioso. Me dieron un tipo chaleco que servía para sostener la bandera. Este era diferente al que usaba el abanderado de mi escuela. Por un momento, no entendí porque, pero entendí que esta era la Casa de los Pinos.
Capítulo 5. Honores a la Bandera.
Ya estábamos en nuestro puesto listos, y formados. Había recibido la indicación de cómo marchar, y después de unos ensayos; el sargento de la escolta me dijo que estaba listo. En el recinto, estaba una banda de guerra, y esta era de soldados. Con sus uniformes bien planchaditos, y las botas relucientes y en un color negro que brillaba. En alguna ocasión he intentado que me queden así de brillantes, pero nunca he podido darle ese acabado.
El sargento de la escolta, que se llamaba Pedro; me dio un codazo. Por que al parecer estaba pensando en otra cosa. Ya todo estaba listo. El maestro de ceremonia empezó a inaugurar el evento, y como primer acto fue realizar los Honores a la Bandera.
-Le pido a todos los presentes guardar el debido respeto, para brindar Honores a nuestro lábaro Patrio – diciendo esto el maestro de ceremonia, en un tono muy solemne - ¡Firmes ya!, ¡Saludar ya!
¡Era el momento, no podía equivocarme! Mi corazón latía fuertemente. Me dispuse a realizar el recorrido lo mejor posible. El sargento Pedro, dio la orden de que el abanderado diera un paso al frente, y que la escolta saludara. Allí estaba el presidente sosteniendo en su mano la bandera. Me sonrió levemente mientras depositaba en el chaleco, la bandera. Se hizo un paso atrás. Pedro, el sargento, dio la orden que la escolta cubriera al abanderado. Después empezó lo que yo tanto había soñado; a la orden de “Paso redoblado” ¡YA!; empezamos a marchar en el recinto, paramos en una esquina del salón y entonces empezaron a cantar el Himno Nacional. No pude más, unas lágrimas rodaron por mis mejillas. No podía secarlas por que estábamos en posición de firmes. Mamá me veía llorando, se dio cuenta de todo lo que esto representaba para mí.
Salimos de allí, y entonces entregue de nuevo la bandera. Mientras la recibía el Presidente, me dijo que podía quedarme con el chaleco. Que este, me ayudaría a cargar la bandera cuando regresara a Aguascalientes. Más que un recuerdo, ese chaleco era una promesa. De cumplir mi sueño donde se había gestado. Ser el abanderado de mi escuela.
Se termino el evento, y el Presidente se despidió de cada uno de nosotros. De cada uno de los otros 30 niños. Y aunque no los conté, sabía que esa era el número de Estados en el país. Regresamos en la misma camioneta que nos recogió en la mañana. Pero esta vez la camioneta tenía la indicación de esperar a que tomáramos nuestras cosas del hotel, y nos llevara a la Central de autobuses.
Al llegar al hotel, guarde con mucho cuidado mi chaleco. Y vi por la ventana, era la cuidad de México. La capital, donde decía mi abuelita “Mache”, que se cumplían los sueños. Y supe que el mío, se había hecho realidad. No sabía que iba a ser mañana. Pero por hoy, era el abanderado del concurso. Y era suficiente. Sólo por hoy, había cumplido con mi deber. Bajamos de la habitación, papá entrego la llave. La camioneta nos llevo a la Central. Regresamos a la cuidad de Aguascalientes.
Capítulo. 6. El abanderado de la escuela.
Al legar el viernes a la escuela pude ver que desde la entrada ya estaban construidas las rampas. Llegue al salón y pregunte por Lupita. Me dijeron que estaba en la biblioteca. Empecé a subir, el corazón me latía. Ella era la niña que mas me importaba. No había otra que me cayera tan bien. Me detuve en la puerta, no estaba seguro de entrar. Me asome solo con un ojo, ella estaba en un pasillo de la biblioteca hojeando un libro. Me arme de valor y camine hacia ella. ¿Lupita? – le dije con voz quebrada. Ella volteo y empezó a llorar, se seco las lágrimas y me dijo: -¡Gracias amigo, gracias por ser como eres!
Se acerco a mí, se estiro de la silla de ruedas y me abrazo. En momentos como estos, me hubiera gustado tener brazos, para yo también haber podido abrazarla. Pero bueno, me bastaba con el abrazo que me rodeaba. Por que era el abrazo de Lupita. Y después que me soltó, saque mi pie del zapato. El pie, con el que me enseñe a escribir, a peinarme, a comer,… saque un cuaderno de mi mochila, y le escribí lo siguiente: “Quieres ir al baile conmigo”. Pero después lo pensé bien, y lo raye. Creo que eso no era realmente, lo que quería. Me arme de valor y le escribí: “¿Quieres ser mi novia?” Le di el cuaderno, ella lo sostuvo muy seria en sus manos mientras lo leía. Saco un lápiz y escribió: “SI”.
El siguiente lunes fui el abanderado de la escuela. Días después fuimos mi Padres y yo, a platicar con los Papás de Lupita, a pedir permiso. Y aunque no nos dejaron andar, por que somos muy chiquitos; no me doy por vencido. Ni tampoco Lupita, ella me dijo que me va esperar. Y yo se que eso es cierto. En el baile de graduación, solo bailo conmigo; bueno y con su papá. Ahora, me alisto para la preparatoria, estudiare Técnico en Administración. No se a donde me llevarán mis sueños, solo estoy seguro de que llegare a realizarlos.
FIN